Esta va a ser una entrada larga, aviso. Pero voy a ponerme a prueba para mantener la atención del lector.
Ante todo quiero decir: no soy fan de Lady gaga, musicalmente hablando, no tengo sus discos ni voy a sus conciertos, pero admiro algo que poca gente valora: hace arte.
Y todo esto viene a raíz de la última entrada en la que hice referencia a su atuendo “provocador” en la gala de los MTV y como hablando sobre ello con un compañero de estudios trataba de hacerle ver que no solo es arte lo que sale publicado en una revista o es expuesto en una galería.
El arte hoy en día tiene múltiples soportes, entre ellos los audiovisuales ¿quién niega este calificativo a la música? ¿al cine? Y en consecuencia ¿a los videos musicales?
Opino y lo mantendré firmemente, que esta forma de expresión de la música tan visual será considerada y estudiada en el futuro en su justa medida. Que como todas las “artes” las habrá que merezcan la pena y las habrá que no.
Y creo que Lady Gaga y sus creaciones serán un referente. ¿Y porque digo esto?
Porque cuando veo sus vídeos, no miro desinteresadamente, porque veo algo que me hace reflexionar. Y no entiendo a la gente que comenta que es solo una mujer provocadora que necesita exhibirse en tanga para llamar la atención avergonzando el género femenino (como he oído).
Ella no la avergüenza, la dignifica.
Y para poner un ejemplo (que podrían ser varios) quiero proponer mi análisis del vídeo de Bad Romance.
No es una coreografía vacía y hueca, es una representación cuidada, estudiada hasta el último detalle y con un mensaje oculto. Hace tiempo leí algunos comentarios, que aunque muy trabajados, no me convencieron en absoluto, así que propondré el mío:
Veamos el vídeo:
Lady Gaga aparece sentada en un sillón, es la única, puesto que los demás o están de pie o sentados incómodamente. Aparecen todos los componentes que veremos más adelante: La habitación blanca e impersonal, las botellas en el suelo, los personajes “blancos” y los personajes “oscuros”.
En la iconografía artística, su posición sedente y centralizada se conoce como “status de privilegio”. Ella es la protagonista, pero además es el ser que recibe la iluminación, la que le llega a través de esas gafas con emblema solar, un símbolo de divinización.
La luz del día entra en una habitación con cápsulas, capullos, con el logo de “monster”, no solo el nombre de su álbum, sino de la criatura que está en el interior. La luz solar, de nuevo, es un símbolo de nacimiento, pero no solo a la vida, sino a la realidad, una que le va a hacer enfrentarse a sí misma, como nos ocurre a nosotros en la vida cotidiana.
El ser que nace se mueve torpemente, y como los bebés, no puede ver ni oír con claridad, de ahí su máscara. Es todavía “bueno”, no está corrompido.
La frase de Bath Haus es un juego de palabras: “Casa de baños” (Bath House) y referencia a Bau Haus, una corriente artística que dio lugar al diseño industrial, en serie, como esas criaturas que son clones unas de otras, pero es el momento de elegir el camino propio y volverse único e independiente.
Y aparecen “dos nuevas Lady gagas”:
La pura e inocente es corrompida mediante el alcohol, símbolo de las drogas, de los malos consejos, de las malas amistades… y aunque presenta batalla, no puede zafarse de sus captoras, que visten de blanco, parecen “buenas”, pero son un engaño.
¿Hacia dónde se encamina?
En la coreografía del nuevo ser nacido, el que ni ve ni oye, se lleva las manos a la boca y luego al cielo: pide ayuda, clemencia, de la misma manera en que la “lady Gaga buena” eleva los brazos en gesto de plegaria en la bañera, pero nadie la ayuda.
Aparece un nuevo personaje. Ella, en primer plano, sin apenas maquillaje, nos deja ver su rostro, no hay artificio, no hay nada que nos distraiga de su dolor interior, el eterno debate entre lo correcto y lo incorrecto.
Sobre su cabeza la figura de un murciélago, animal nocturno, que vive en la oscuridad, como una espada de Damocles que pende sobre su cabeza y le recuerda que todo es tan tentador…
Es presentada ante nuevos personajes, oscuros, malvados, por sus captoras, lucha (las imágenes se intercalan con la Lady Gaga niña), intenta protegerse, conservar su inocencia, pero empieza a ceder, su máscara ya no la oculta, es de piedras brillantes y transparentes, que la permiten observar lo que ocurre a su alrededor, no está ciega, ahora es consciente de quién es, de dónde se encuentra y de entrar a valorar si quiere o no quiere participar en el juego está únicamente en su mano.
En alguna ocasión he leído que es una metáfora de la industria musical, y he de decir que en parte estoy de acuerdo. Pues son dos caras de una misma moneda. La subyugación de la mujer ante el poder masculino, no solo en las grandes industrias, sino en la vida cotidiana, la lucha por conservar la integridad y cuestionarnos qué sacrificios estamos dispuestos a hacer por alcanzar nuestros sueños, nuestros deseos.
Finalmente decide que está dispuesta a todo con tal de conseguir su objetivo, se entrega a esta puja sexual, en la que se presenta como objeto final, a merced de aquellos sin escrúpulos que no dudan en robar los sueños con tal de conseguir un beneficio propio.
El gato, nuevo animal que se asocia al inframundo, le advierte que se está condenando. Es su última oportunidad.
Ahora las imágenes se intercalan con otra Lady Gaga, la que se metamorfosea en un ser de espina dorsal acentuada, a imagen y semejanza de una bestia diabólica, pues esta deformidad se asocia al demonio. Ya no hay marcha atrás, y en la sala aparece ya sin la máscara.
Ha sido vendida, ella lo ha permitido, se ha vendido a sí misma, quizás la peor decisión que podría tomar: no solo prostituye su cuerpo, sino también su alma.
Su atuendo es negro y a su alrededor aparecen suspendidas las piedras del traje que la cubría, como gotas de lluvia, parecen haber estallado para mostrar un nuevo ser, maduro, resabido, desencantado, rencoroso y vengativo que mira por encima del hombro y no perdonará haber sido forzado a desnudar su interior.
Su situación en el círculo concéntrico que simboliza el mundo conocido nos muestra un nuevo ser arrogante que se cree indestructible, omnipotente, con la soberbia del adolescente que ha acaba de dejar atrás la inocencia y mira a todos poniendo una distancia por medio, pues ya no confía en nadie y oculta sus ojos tras gafas de sol. Nadie puede verlos, pues son el espejo de su alma traicionada.
Ahora se pasea en trajes recargados, incómodos y algo teatrales, excesivos y absurdos. Como podemos hacer las mujeres cuando nos queremos arreglar para un hombre, luciendo nuestras galas más llamativas sin tener en cuenta la comodidad ¿Qué más da si consigo lo que quiero?
Su mano se vuelve hacia ella ¿quizás a modo de espejo? Aún tiene dudas, la niña se lleva las manos al cuello simbolizando su muerte, pero las cercena de un pistoletazo cuando entra en el lecho nupcial dispuesta a acometer la última parte del trato.
Sobre la cama las cabezas de dos animales nuevamente relacionados con el demonio gracias a sus largos cuernos.
A modo de altar, inmolación, va a entregarse a modo de ritual.
Ya no viste de blanco, sino de rojo, el color de la sangre, el sacrificio, su baile es dinámico, agresivo, está lleno de dolor, de rebeldía, de frustración…
Pero nada es lo que parece y ella sabía jugar muy bien las cartas. Ya ha aprendido a ser parte de este mundo, sus engaños y desengaños, sus traiciones, y sabía muy bien que era su último rastro de pureza lo que iba a dejar en aquella habitación, pero no a costa de su felicidad, pues se ha vuelto malévolo, tal y como proponía Hobbes en su teoría de la sociedad.
Es uno más, y para sobrevivir ha de ser un depredador, pues solo así podemos sobrevivir en un mundo donde impera la ley del más fuerte.
Destrozada, con gesto indolente y algo frívolo se muestra ¿victoriosa? Ante lo único que no se ha consumido por el fuego: las dos cabezas que penden de la pared.
¿A merecido la pena el sacrificio?
¿Nos merece la pena abandonar nuestros valores en pos del éxito personal?
Quizás me equivoque, quizás no ande desencaminada, pero que nadie me diga que solo es una mujer en ropa interior bailando. Porque a mí las stripper no me hacen reflexionar ni plantearme nada. El arte sí lo hace, pues más allá de la expresión figurada hay una conceptual que necesita ser observada …e interpretada.