A veces pienso que la vida es una gran sucesión de valles profundos y oscuros que atravesamos entre tinieblas, sorteando ríos y arenas movedizas, con ojos acechantes o murmullos entre árboles que nos incitan a asentarnos cómodamente y claudicar de subir la montaña que tenemos delante.
Pero solo el continuar y ver la hermosura de una cima, por encima de las nubes y ver el lóbrego valle en el que a punto estuvimos de establecernos de manera definitva, nos convence de subir más y más montañas. Para mí esas cúspides son los mayores momentos de alegría, los que más te reconfortan y te hacen disfrutar del sol, como no lo harías más abajo.
Y mi Susita es una de esas cimas reconfortantes y soleadas a la que me atreví a trepar hace tiempo.
Porque no es como las otras, ni es árida y desierta, ni frondosa hasta lo inexpugnable. Es equilibrada, con sus espinas, sus arbustos, sus flores y sus árboles retorcidos. Tiene caminitos, a veces serpenteantes hasta la extenuación, pero libres de piedras y faslos cruces. Son claros y sin engaños.
Cuando tengo calor, sus árboles dan sombra, y si tengo frío, sus abrigos de roca natural me dan cobijo.
Adoro sus imperfecciones, porque la hacen perfecta.
Adoro su sinceridad locuaz y descarada.
Adoro sus ojos pentrantes que miran y no ven.
Adoro sus medias sonrisas, entre la carcajada complaciente y la seriedad de la indiferencia.
Adoro sus preguntas y sus respuestas.
Adoro su pequeño mundo lleno de ironía y sarcasmo, pero libre de malvada petulancia.
Adoro adorarla, porque es adorable. Porque si me hubiera quedado en mi valle, sentiría que me queda una montaña por subir.
Adoro escribirle cosas bonitas que me salen del corazón y decirle que la quiero muchísimo y que le deseo un feliz cumpleaños aunque sea desde lejos.
Felicidades rubita, eres irrepetible :)